domingo, 27 de mayo de 2007

Terraza en Roma



A pesar de que no he escrito últimamente, no he estado ociosa. He leído varios libros, entre los cuales destacaría éste de mi querido Pascal Quignard. Llevaba tiempo intentando localizar un ejemplar de Terraza en Roma. La edición de Espasa (2002) era inencontrable: al parecer, el libro está en reimpresión (según informan algunas librerías en sus webs), y por fin, el otro día, en Laie de Via Layetana, encontré la edición francesa (col. Folio, Gallimard) y la compré.
La primera cosa que pensé al adquirir la obrita es ¿Por qué un libro francés en Barcelona me cuesta 3,80 euros, mientras que la edición española cuesta 14,80? ¿Es ésta una de las razones por la que en España se lee menos? Es evidente que es mucho más cómodo leer en español para mí, y que la escritura de Quignard no es especialmente fácil, pero quizá me tire en brazos de las ediciones francesas, dado que Quignard es un autor prolífico, con más de 70 títulos, y aunque no creo poder leerlo completo (lo que me llevaría demasiado lejos), sí me apetece hacer un esfuerzo, no sólo para ahorrarme el dinero (que también), sino para leer la obra original. Quignard es un autor que publica en varias editoriales: en Gallimard, en Galilée( mucho más cara, aunque muy bellamente editada), y en otras editoriales. En español, su producción también ha sido publicada por varias editoriales: Espasa, Debate y ahora Cuenco de Plata (en Argentina), de manera bastante caótica y sin un orden, y por ejemplo, su Darnier Royaume, que ya va por el quinto tomo en Francia, aún no ha sido traducida al español.
La novela que hoy me ocupa trata de la vida de el grabador Meume, cuya relación amorosa con Nanni Veet Jakobsz termina trágicamente cuando su rostro queda deesfigurado a causa del ataque, con ácido, del prometido de la joven. La melancolía, nunca la desesperación, son el tema de este libro. Sólo en el tramo final del libro intuimos que la rabia también ha presidido su existencia.
Nada resulta más interesante que tomar el pulso a la prosa de Quignard, a ratos lacónica, escueta, precisa, casi fría en su perfecta prudencia expresiva y a ratos desatada, nerviosa, altiva, arrolladora en su elocuencia. La prosa de Quignard es musical. La historia nos remite a la sutileza y al mismo tiempo a la pervivencia de un sentimiento avasallador que llena la vida del personaje, que le aísla, pero que no le impide surmegirse en su obra, la verdadera vida de Meume. La autobiografía está presente en la obra de Meume, así como los sueños, que se convierten en sueños imposibles una vez que Nani decide que ya no lo ama a causa de su horrible rostro.
Hay un encuentro que es un reencuentro, y hay un hijo. Y ese hijo vuelve para herir a Meume. De modo que todas las heridas proceden de su amor por Nanni, la bella joven de cuello largo y finas manos. La musa.
Quignard describe con precisión las obras que Meume va diseñando y plasmando en sus grabados a punta seca, o en sus aguafuertes. La precisión descriptiva no sólo consigue mostrar la obra ante los ojos del lector, sino también el alma del artista. Todo lo que hacemos es lo que somos, seamos conscientes o no.
La vida y la obra de Meume no pueden sustraerse nunca del hechizo inicial de Nanni, de esa primera mirada, de esos abrazos. Y en sus periplos por Salerno, Brujas, el Milanesado, España, y en su terraza en Roma, Meume sigue aferrado a ese recuerdo y a esa imagen de Nanni. Itinerante, como todos los artistas de su época (Meume nace en 1617), no se separa jamás de sus recuerdos: "También dibujé toda mi vida el mismo cuerpo, en los gritos del abrazo con los que soñaba siempre".
Su vida puede ser resumida en éxtasis, sueños, unos cuantos objetos que siempre le acompañan y una imagen que queda en su retina: la de la bella Nanni.
El hecho de que Meume viva de un arte sin color, sólo trazado a base de la luz y de la sombra que otorga a las figuras y al paisaje, tiene que ver con la forma de la novela, también sombría, luminosa a ratos, siempre misteriosa. Una novela en claroscuro. Meume muere en Utrecht en 1667.
Alguien ha dicho que Quignard es el menos contemporáneo de los escritores. Y es cierto. Quignard es un autor neojansenista, racionalista y apasionado a un tiempo, perfeccionista de la sencillez, es profundamente complejo. Su literatura está hecha de contrastes, de luces y de sombras, de vacío y de abundancia, de silencio y de torrentes de palabras, de soledad y de silencios que de pronto estallan como luces lejanas que iluminan un rostro: nuestro rostro interior. No retórico, sino íntimo: verdadero.

"Cada día, aun bajo la lluvia marítima, aun cuando las brumas de la calor se elevaban bajo el río y se agarraban a los muros y a los árboles, iba a algunos metros de ahí, hasta el puente Fabricius. Descendía hasta el río, cerca de las ruinas y cerca del torrente. Apoyada la espalda contra la corteza de un árbol o al amparo de la enramada o bajo el desplome de una vieja piedra, entre los patos y los gansos que chapotean en el lodo, bajo la mirada de las corzas grises, miraba el Tíber, sus remolinos, su precipitación, sus chorros de espuma blanca que se revolvían sobre las rocas. Se enterraba en su ruido sordo".


Pascal Quignard, Terrasse à Rome, París, Gallimard (Col. Folio), 2000.
Terraza en Roma, Madrid, Espasa, 2002 (en reimpresión).

Leer y aprender


Aprender era un placer intenso. Aprender equivalía a nacer. Se tenga la edad que se tenga, el cuerpo experimenta entonces una especie de expansión.

De repente la sangre fluye mejor en el cerebro, detrás de los ojos, en las yemas de los dedos, en la parte superior del torso, en la parte baja del vientre, en todas partes.

El universo se dilata: de pronto se abre una puerta donde no había puerta alguna y el cuerpo se abre con esa misma puerta.

El cuerpo antiguo se convierte en otro cuerpo. Un país desconocido se extiende o avanza a toda velocidad y crecemos con lo que crece. Todo lo conocido cobra un nuevo sentido, atrae una nueva luz, y todo lo que hemos abandonado regresa de repente a la nueva tierra con un nuevo relieve todavía inexpresable, porque no era posible preverlo.

Esta metamorfosis se describe en todos los héores de todos los cuentos antiguos, y quizá sea eso lo que suscita cada tres o cuatro noches la irresistible atracción que la lectura de esos pequeños mitos tiene para mí: tanto en la lectura del cuento como en el propio cuento se liberan ciertas fuerzas. Unas pocas palabras susurradas por hadas o animales se convierten en poderosos gestos o miradas semánticos. Esas palabras casi se convierten en manos que inventan realmente a su presa, inventando a su vez una aprehensión completamente nueva: un bastón, un arco, un ladrillo, una fronda, una barca, un caballo.

Las nuevas armas, inventando sus nuevas presas, engendran nuevas astucias, dan lugar a nuevos cazadores.

Desafíos que no conciernen a nadie se descubren de pronto en el azar de una consecuencia que no habíamos buscado. Eso es aprender. Caen las barreras y, al caer, desaparecen las distancias. Eso es aprender. La oscuridad del bosque se desvanece. Aumenta el recorrido del viaje.

No hay que enseñar a quien no siente alegría al aprender.

Apasionarse por lo que es otro, amar, aprender, es lo mismo.


Pascal Quignard en Vida Secreta, Espasa, 2000, p. 18.

Música y ausencia: Todas las mañanas del mundo



No eres un músico: tocas música.


Así es como el maestro de Sainte-Colombe (se sabe tan poco de él que ni siquiera ha quedado registrado su nombre en la historia), le señala a Marin Marais su carencia fundamental. Marais es un joven ambicioso. La música es un medio para llegar más alto, para dejar atrás a su padre zapatero, sus gritos, su pobreza, su ignorancia. Pero Sainte-Colombe (encarnado, no se puede decir de otro modo, maravillosamente por Jean-Pierre Marielle), busca otra cosa en la música: trascender. La música es una religión, pero una religión que sirve para agudizar las virtudes del alma, para buscar lo invisible. Lo que no puede ser dicho de otro modo: no el silencio, sino lo otro: lo indecible.
Tous le Matins du Monde (Todas las mañanas del mundo) ganó siete Césares y es fácil entender por qué. Su narración es perfecta, su fotografía, justa y en claroscuro, atenta a la época: el manierismo (Georges de la Tour, presente en las escenas de interior). Las emociones en ella fluyen sigilosamente, casi imperceptiblemente. Los actores y actrices están soberbios. La música… la música es sencillamente celestial. Amor, música, ausencia, dolor, muerte, apartamiento del mundo: todo está perfectamente narrado, imbricado en el discurso tanto visual como musical de la obra.

El film está basado en una obra de mi favorito Pascal Quignard: Todas las mañanas del mundo es una de las tres historias que se cuentan en La lección de música. Comienza con un prólogo narrativo en que la voz en off de Depardieu (que encarna a Marin Marais en su edad adulta), narra, recuerda (en un flashback casi constante, desde su vejez en la corte, al amado maestro, inigualado por él. ¿Qué narra? la pérdida de la esposa de Sainte-Colombe, la desolación del maestro, la aparente indiferencia con la que sigue su vida frente a sus dos pequeñas hijitas, la construcción de la cabaña de madera en la que tocará, ya siempre solitario, siempre dolido por esa muerte. Herido de muerte en vida por la ausencia de la que amó. El aprendizaje de las dos hijas: el arte de la viola, todos sus secretos. Los tres en los conciertos íntimos, ofrecidos en su propia casa, la vida austera, hasta que el rey manda llamar a Sainte-Colombe, atraído por su fama de virtuoso único y el rechazo de éste: no aspira a tocar para los demás, acaso para sí mismo y para el alma de su desaparecida esposa. Su alejamiento del mundo se acentúa.

Propiamente, la historia comienza cuando ese Marais joven (Guillaume Depardieu, que por cierto, toca la viola de gamba en la realidad), llega a pedir a Sainte-Colombe la gracia de ser su alumno. El examen, un escrutinio a tres: las dos hijas y Sainte-Colombe, la frase del maestro: Usted no es músico, usted toca la música. La aceptación posterior, las lecciones, el enamoramiento de Marais y la hija mayor del músico, Madeleine…La partida del joven hacia la corte. En verdad, él no busca la música: busca el honor, el reconocimiento mundano, algo que Sainte-Colombe no necesita, no desea.

Sainte-Colombe fue un músico genial, Admirado en su tiempo precisamente por su apartamiento, por el misterio que le envolvía. De su obra quedan muy pocas piezas. Todas extraordinarias. Creó la séptima cuerda de la viola de gamba, para añadirle profundidad a su sonido y dio una nueva dimensión al instrumento, otorgándole valor por sí mismo, más allá de las orquestaciones de la época. Transmitió una nueva forma de digitación y una nueva forma de sostener el arco. No quedó registrado su nombre, ni se sabe dónde nació ni dónde murió. Apenas nada quedó registrado sobre su vida personal. Así lo quiso él, adscrito al movimiento jansenista, que tanto nos apasiona a Quignard y a mí: se envolvió en la sombra (o en la luz) de su obra, desdeñando el mundo y sus oropeles. Lo que se sabe nos ha llegado a través de su alumno más famoso, Marin Marais, que, de joven se escondía, junto a Madeleine, bajo el suelo elevado de la cabaña, para escuchar a su maestro, para descubrir sus secretos y a partir de las observaciones que le dedica Evrard Titon du Tillet en Le Parnasse Francais (1732).

Marais, ya músico famoso y cortesano, repite la hazaña: oculto, fascinado por la maestría y más todavía,, espera, noche tras noche, el milagro. Busca el alma de la música que fluye de la viola de gamba tocada por Sainte-Colombe.
Convocada por esa música, la esposa aparece ante los ojos del esposo dolorido ante su muerte. Confortada por la música, el alma de ella consigue hacerse visible ante los ojos de Sainte-Colombe. Aparece la esposa, y Sainte- Colombe hace pintar un lienzo en que se muestra la copa de vino y las neulas que están sobra la mesa en la que ella apoya su blanca mano de muerta, convocada por los recuerdos del esposo. Mano que él no puede tocar. Una escena misteriosa, bella, sobria, como todo en la película.

Sainte-Colombe es un músico que vive para el arte; Marais es un músico que vive para la gloria de su música. Las dos figuras contrapuestas. Al final de su vida, Marais reconoce, agradecido, que jamás superó, que ni siquiera llegó a igualar a su maestro.

Amando, los dos también difieren: Sainte Colombe ama a su esposa hasta más allá de la muerte. Marais abandona el amor de la hija mayor de Sainte-Colombe, Madeleine (una maravillosa Anne Brochet), causando su enfermedad y su posterior suicidio (ahorcada con las cintas de unos zapatos que Marais le ha regalado). Marais vive para el mundo, Sainte-Colome para su mundo: música, amor, amor que trasciende lo concreto, música que se toca para convocar espíritus amados, ausentes, para decir lo indecible.

Sainte-Colombe sabe que Marais tendrá fama, nombre, posteridad, dinero, poder, gloria…Le dice: Todo eso lo tendrás, porque careces de corazón y de alma. Sin embargo, no llegarás a saber qué es la música, ni para qué existe. Para saber esto es necesario huir del mundo y de su ostentación. Recluirse, buscarse, callar.
Marais lo posee todo, tal como le ha profetizado Sainte-Colombe, pero su música sigue careciendo de alma. De modo que, noche a noche y durante tres años, el famoso músico de la corte de Su Majestad vuelve a esconderse bajo el suelo elevado de la cabaña de Sainte-Colombe. Durante tres años, noche a noche, Marais espera en vano que Sainte Colombe toque la viola, que le revele su secreto. Pero Sainte-Colombe ha enmudecido: el dolor, las muertes de su esposa y de su hija le han vuelto mudo. Hasta que por fin, toma el instrumento. Finalmente, los dos hombres hablan. Finalmente, los dos músicos tocan.
La obra es una oda y un planto.

La película ha sido editada en marzo de 2006 en la zona 1 (USA y Reino Unido) en dos discos, uno de los cuales trae los contenidos extras, entrevistas con el director Alain Corbieu, Jean-Pierre Marielle, una featurette, y una extensa y muy interesante entrevista con Jordi Savall, artífice de la banda sonora.





Tous les matins du monde (Todas las mañanas del mundo). Director : Alain Corneau
Reparto : Jean-Pierre Marielle, Gérard Depardieu, Guillaume Depardieu, Anne Brochet, Carole Richert, Michel Bouquet, Jean-Claude Dreyfus. Guión: Alain Corneau y Pascal Quignard , sobre la obra homónima de éste. . Diálogos: Pascal Quignard. Productores : Jean-Louis Livi, Bernard Marescot. Fotografía: Yves Angelo. Escenografía: Bernard Vézat. Vestuario: Corinne Jorry. Francia, 1991. DVD, 2006.


La BSO (uno de los más vendidos en Francia en el año de su aparición) es interpretado por Jordi Savall y Le Concert des Nations, e incluye obras de Couperin, Lully (otro de mis favoritos), Marais y Sainte-Colombe. Hybrid SACD, 1992, aunque posteriormente Savall ha editado también sendos cedés con obras tanto de Marais como de Sainte-Colombe. De Marais también existen otras muchas grabaciones, una de mis favoritas es la de Paolo Pandolfo, Le Laberynthe & autres histories, editado por Glossa, España: una verdadera delicia.

Todas las mañanas del mundo


Cuando escribí la reseña de la película de Alain Corneau, adaptación de la ’nouvelle’ de Pascal Quignard, ignoraba si la película se basaba en uno de los relatos de La lección de música (ed. Funambulista, 2005), concretamente, del primero, donde se cuenta la anécdota de un Marin Marais escondido debajo de la cabaña de Monsieur de Sainte Colombe para aprender de él los secretos de su arte.
Hoy, en la Biblioteca del Mil.lenari de Sant Cugat, encontré la novelita original (cuento largo o novela corta), que da origen a la película.
Publicada en la colección Folio de Gallimard ( e impresa en Barcelona, paradojas de la globalización), me he apresurado a leerla. He amenizado la lectura con los Concerts a deux violes egales du Monsieur de Sainte Colombe (tomo II), en la interpretación de Jordi Savall y de Wieland Kuijken (Astrée,1992).

La remembranza de la muerte, he aquí el tema. La música existe para rememorar a los muertos y para consolarlos. No para los vivos: para los ausentes. Sainte Colombe toca y compone para su esposa muerta.
Alejado de todos, en su pequeña cabaña hecha con madera de morera, el músico, iluminado sólo por el débil resplandor de una bujía, bebiendo de vez en cuando un sorbo de vino, rememora los momentos felices. Inevitablemente idos. Sólo una vez, explica a sus hijas:

" J’ai le regret de votre mère. Chacun des souvenirs que j’ai gardés de mon épouse est un morceau de joie que je ne retrouverai jamais".*

El verdadero arte no nace del ansia de la gloria, de la ambición de la fama, ni nace de la idea de la inmortalidad del artista. Nace del dolor, nace de la necesidad de vivir este dolor, una vez y otra vez. No de negarlo, no de apartarlo; de incorporarlo a nuestra alma, de vivir con él. Hora tras hora y día tras día, en silencio, porque no puede ’decirse’ el dolor, no puede compartirse. Del mismo modo, la música es un arte indecible. Este lenguaje ’sin palabras’ de la música es el que permite a Sainte Colombe ponerse en contacto con su esposa muerta.

"Il poussa la porte qui donnait sur la balaustrade et le jardin de derrière et il vit soudain l’ombre de sa femme morte qui se tenait à ses côtés. Ils marcheèrent sur la pelouse. Il se print de noveau à pleurer doucement. Ils allèrent juasqu’à la barque. L’ombre de Madame de Sainte Colombe monta dans la barque blanche tandis qu’il en retenait le bord et la mantainaint près de la rive. Elle avait retroussé sa robe pour poser le pied sur le plancher
humide de la barque. Il se redressa. Les larmes glossaient sur ses joues. Il murmura: -- Je ne sais comment dire: Douze ans ont passé mais les draps de notre lit ne sont pas encore froids"**.

Por eso Sainte Colombe se aparta de todo y de todos. Para crear en silencio su doloroso silencio metamorfoseado en música. Sólo así, apartado, Sainte Colombe es capaz de llegar a la cima de su arte:

"Le Blanc le père, disait qu’il arrivait à imiter toutes les inflexions de la voix humaine: du soupir d’une jeune femme au sanglot d’un homme qui est àgé, du crit de guerre de Henri de Navarre à la douceur d’un souffle d’enfant qui s’applique et dessine, du ràle désordonné auquel incite quelquefois le plaisir à la gravité presque muette, avec très peu d’accords, et peu fournis, d’un homme qui est concentré dans sa prière".***

En la nouvelle se cuenta también la historia de Marais, su juvenil deseo de éxito, la seducción de una de las hijas de Sainte-Colombe, Madeleine, la muerte de ésta, su maravillosa técnica musical, que hace
decir a su maestro en su primer encuentro: "Vous faites de la musique, Monsieur. Vous n’ètes pas musicien."

Tras muchos años de haberse alejado de su maestro, famoso, rico, reconocido como el mejor músico de la corte de Lusi XIV, por fin Marais encuentra el secreto.
Por fin puede contestar a su maestro cuando éste le pregunta:

"--Que cherchez vous Monsieur, dans la musique?
--Je cherche les regrets et les pleurs".****

Entonces, ambos hombres tocan, a dos violas, "Les pleurs".


Pascal Quignard, Tous les matins du monde, Folio, Gallimard, 1991.


Os dejo con la versión para una viola de Les pleurs con Jordi Savall.


* "Llevo un pesar por vuestra madre. Cada una de las memorias que guardé de mi esposa es un pedazo de alegría que jamás encontraré de nuevo ".

**"Empujó la puerta que daba a la balaustrada y al jardín posterior y vio de repente la sombra de su mujer muerta que se ponía a su lado. Caminó sobre el césped. Se puso a llorar despacio. Fueron hasta la barca. La sombra de la señora de Sainte Colombe subió en la barca blanca mientras que él cogía el borde y mantenía la barca cerca de la orilla. Ella se había remangado el vestido para poner el pie sobre el suelo húmedo de la barca. Él se incorporó. Las lágrimas resbalaron sobre sus mejillas. Murmuró: - No sé cómo decirlo: han pasado doce años, pero las sábanas de nuestra cama no están frías todavía."

***" Le Blanche padre decía que lograba imitar todas las inflexiones de la voz humana: del suspiro de una joven mujer al sollozo de un hombre viejo, del grito de guerra de Enrique de Navarra a la dulzura de la respiración de un niño que se aplica y dibuja, del estertor desordenado al cual incita algunas veces el placer, a la gravedad casi muda, con pocos acordes, sin variaciones, de un hombre que está concentrado en su oración ".

****"--¿Qué busca, usted, señor, en la música?
--Busco los pesares y las lágrimas."

(Perdonad la mala traducción: es mi asignatura pendiente)

Fragmento de una crítica del momento en que apareció la nouvelle:

"Quignard no ha querido escribir la biografía de Sainte Colombe, porque nada o casi nada se sabe de él. Se ignora hasta su primer nombre, la fecha exacta de su nacimiento y la de su muerte. Fue intérprete reputado y compositor de viola durante la segunda mitad del XVII y conocemos sus relaciones con el más célebre de sus alumnos, Marin Marais (1656-1728), que conoció la gloria después de Lully, mientras que su maestro renunció a todos los honores de la corte. Quignard aprovecha la oscuridad que envuelve a Sainte Colombe, la extrema parvedad del número de sus obras, para construir un personaje inolvidable, una especie de quintaesencia del músico, del creador por excelencia. Sainte Colombre vive sólo para su música, no existe más para este diálogo extenso, apasionado, exclusivo con la muerte"(…)
(Pierre Le Pape, Le Monde, 13 Diciembre, 1991)